¿Quién mató a Harry?
(The Trouble with Harry, EE.UU., 1955, Digital, 99’, AM13)
Dirección: Alfred Hitchcock. Con Edmund Gwenn, John Forsythe.
Durante un hermoso día de otoño, en un idílico rincón campestre de Vermont, se oyen tres disparos, y aparece un cadáver, el de Harry. Un viejo capitán que cree que se trata de un accidente de caza del que se siente responsable, entierra, desentierra y transporta varias veces el cadáver sobre cuya identidad se interrogan con perplejidad una solterona, un médico miope y un pintor abstracto.
De esta comedia macabra, a menudo hilarante y con un humor muy inglés, no quedó durante mucho tiempo más que el recuerdo de las soberbias imágenes (debido a Robert Burks) de los bosques de Nueva Inglaterra y de la luz de otoño. Era como si, por una vez, Hitchcock se hubiese interesado más en la naturaleza vegetal (hojas muertas, amarillas y rojas) que en la naturaleza humana. Como si, incluso en el caso de Hitchcock, hubiera existido una vez (sólo una vez) la sospecha de una dicha posible a la que permanecerían ajenos sus otros films. La dicha de estar vivo (y no muerto), de ser inocente (antes que culpable), de amar el decorado en el que se habita (antes que sufrirlo como una pesadilla de cartoon).
¿Un film sobre la dicha? Sería mucho decir. ¿Sobre la inocencia? Quizás. No en todo caso en la inocencia que consiste en no ser culpable, sino la que consistiría en que todos lo sean un poco, simplemente. (S.D.)