París era una fiesta
(Paris est une fête – Un film en 18 vagues, Francia, 2017, DCP, 88’, AM18)
Documental dirigido por Sylvain George.
París y sus paisajes urbanos, recorridos por un joven extranjero y aislado. Ataques, Estado de Emergencia, azul-blanco-rojo, volcanes, cajas de ritmo, revueltas, furia, violencia, silencio y diversión, en una película poética.
No basta con reconfigurar los mapas y acostumbrarse a las nuevas normas de control en los aeropuertos, ahora es también el momento de redefinir el imaginario que teníamos de los lugares, de las ciudades: Londres ya no es más Londres, París ya no es más París. Sylvain George es un pionero en esa reformulación de los espacios, y las conclusiones que tiene para nosotros hablan de sombras casi inescrutables y de viejos esquemas narrativos que en el actual contexto podrían haber perdido toda razón de ser. París era una fiesta es la nueva estrofa en un largo poema que antes se detuvo en las razias del Calais francés y en las represiones policiales en el Madrid del 15 M; un lúgubre cantar de gesta que nos habla de la debacle europea con voz queda y desde el fondo de un túnel oscuro. (Fran Gayo, Catálogo de BAFICI)
2017: Cinéma du réel – Festival International de Films Documentaires
«Una recomendación: Paris est une fête – un film en 18 vagues. Su realizador, Sylvain George, funde diversas vertientes del documental. Registra, de modo prioritario, los hechos que ocurren ‘aquí y ahora’ (en París), a la manera de algunos cineastas latinoamericanos de los años sesenta y setenta que salían a las calles con el fin de dejar constancia de las luchas que darían paso al futuro. Esa voluntad testimonial, que lo lleva a involucrarse en turbamultas y enfrentamientos de manifestantes y policías durante las protestas por el Estado de Emergencia decretado por el gobierno socialista de Hollande, luego de los atentados yihadistas de noviembre de 2015, y durante los reclamos en abril de 2016 por la ley El Khomri, se alterna con el retrato cercano de los despojados, los recién llegados desde Mali o Somalia, migrantes que habitan en carpas diseminadas por un París que ya no es el espacio escenográfico de la fiesta que acompañó a Ernest Hemingway desde la juventud y por el resto de su vida.
El París de las luces y el technicolor ofrece ahora los contrastes de un blanco y negro de raíces expresionistas. El París monumental se oculta tras las esquinas banales o los resquicios cercanos al Canal Saint-Martin donde se acoge a los migrantes. La efigie de Marianne, en la Plaza de la República, se divisa ente los ajetreos de la cámara en mano durante los choques con la policía. “París no existe”, como proclamaba el título de la película de Robert Benayoun. O, mejor dicho, “París ya no existe”.
Ricardo Bedoya – Páginas del Diario de Satán