Murió el 2 de junio. Me consta: Edgardo no quería apagarse, aún deseaba, proyectaba. Tenía otros libros en mente, quizás una película y muchos encuentros pendientes. Cozarinsky amaba la conversación y el encuentro. Tomar un café, invitar a su interlocutor y traerle un regalo (libros, películas, fotos) era para él una tradición. A Los Galgos, ese café que frecuentó por años, le falta algo desde el último otoño porteño. Debo decirlo, la ocasión lo permite. Después de su muerte, he pasado dos veces por Los Galgos y, como lo hacía siempre, miré para ver si estaba sentado. Lo hice sabiendo que era imposible, pero lo hice. Supongo que aquel día de agosto en que miré por las dudas hacia el interior de un café porteño, la obstinación del corazón venció al principio de realidad.

En este ciclo de tres días veremos algunas de sus películas, incluida la no del todo comprendida Dueto, película libre sobre la amistad, codirigida con Rafael Ferro, a quien quiso como a pocos. Hoy, esa película anómala luce como una despedida. Los últimos minutos de Dueto tienen algo de transición a otro mundo, una preparación imaginaria de lo que significa dejar de estar entre los vivos.

Ver varias películas de Cozarinsky por tres días es un modo de asentar en nuestra memoria su paso por el mundo. No solo veremos algunas de sus películas menos vistas. También hablaremos un poco sobre él como cineasta, escritor y crítico de cine. Hablaremos de un hombre al que muchos de nosotros admiramos. ¿Cómo sería posible no hacerlo cuando se vuelve a ver La guerra de un solo hombre, película que se proyectará en este ciclo y que reúne al cineasta y al escritor e incluso al crítico de cine como en ninguna otra de sus películas?

Edgardo Cozarinsky dejó de existir en junio, pero vive en nosotros, en sus películas y en sus palabras. En noviembre, nos reuniremos con él. Simplemente.