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Cumpleaños – 22 años del Cineclub
[/vc_column_text][vc_single_image image=»21641″ img_size=»medium» alignment=»center»][/vc_column][/vc_row][vc_row type=»vc_default» full_width=»stretch_row_content» parallax=»content-moving» parallax_image=»16128″ parallax_speed_bg=»2.5″][vc_column width=»1/3″][/vc_column][vc_column width=»1/3″][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_separator border_width=»3″][/vc_column][/vc_row][vc_row type=»vc_default» full_width=»stretch_row_content» parallax=»content-moving» parallax_image=»13894″ parallax_speed_bg=»2.5″][vc_column width=»1/3″][/vc_column][vc_column width=»1/3″][/vc_column][/vc_row][vc_row type=»vc_default»][vc_column][vc_column_text]Lucrecia Martel, a quien queremos tanto que nos la tatuamos en el patio, propone pensar al cine a
partir del sonido y no -como se hace habitualmente- de la imagen.
Compara a una sala de proyección con una piscina vacía, donde el espectador se sumerge en el
fluido elástico y vibrante de lo sonoro, relativizando la verdad y el poder de dominación de la
imagen y poniendo en relevancia la capacidad del sonido de generar emoción.
En honor a ese paradigma, desde el que creó películas que con unanimidad están entre las más
celebradas del cine contemporáneo, intentemos percibir así a nuestro cine, al Cineclub, a lo largo
de estos años.
Por ejemplo:
El sonido, con el eco que aparece en las oficinas con pocos muebles, de la conversación entre
Salzano y el funcionario con el que funcionó la idea de abrir un cine público en la ciudad.
De las máquinas de la obra que transformaron al edificio de Unione e Fratellanza en el Hugo del
Carril, que convirtieron su salón de baile en una sala con butacas; «donde está el alma, o sea, las
películas».
De la masa de voces de espectadores de las primeras funciones llenas.
De los aplausos a los artistas de los ciclos de música y teatro.
De los hombres-libro de Fahrenheit invadiéndolo todo, hasta la calle, para siempre.
El sonido de los talleres de teatro y cine para niños.
El de los recreos multitudinarios de los tantos seminarios para adultos.
De los directores y directoras presentando sus películas, conversando con la gente, como entre
amigos.
El sonido del silencio de la pandemia, que se hizo tan largo. Y el de la puerta del foyer cuando
terminó la cuarentena y la puerta volvió a sonar, de nuevo, como la campanilla que avisa que
entre las paredes rojas van y vienen las almas cinéfilas a toda hora.
El del sello sobre las entradas.
El de las cajas de DVDs de la Biblioteca o el chasquido del papel cuando las Metrópolis chocan al
sacarse una.
Las cucharitas contra las tazas de café del bar.
Las discusiones apasionadas, las miradas que lo dicen todo, los silencios cuando ya no se puede
decir más nada.
Los maullidos de Marcello, Anita y Tita.
La Victoria y el traqueteo de su carretel de 35 mm.
El sigiloso DCP.
La puerta de la cabina.
La risa de Cuello colándose por cada espacio de la casa.
Los pasos sobre la escalera que llevó a King Kong a tocar la luna de Nueva York.
Los backlights y el neón.
Sería una película hermosa, especialmente si la hiciera Lucrecia, y es un Cineclub hermoso gracias
a todo y todos lo que lo han hecho sonar y vibrar.
Está cumpliendo 22 años y no podemos más que desearle eternidad y seguir viniendo a
contradecir, como hace el sonido con la hegemonía de la imagen en el modelo Martel, a
cualquiera que crea que no es posible que exista -hoy, acá, así- un espacio que venere tan
profundamente al cine y a la cinefilia, que quiera tanto que no haya un solo habitante de Córdoba
y alrededores que no encuentre un motivo para entrar, al menos una vez, por esa puerta
chirriante y que proyecte películas curadas con tanto amor quirúrgico, de lunes a lunes hasta la
madrugada.
¡Feliz cumpleaños a nuestro Cineclub Municipal Hugo del Carril!
Sigamos haciendo ruido.
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